Efectos personales
Del comienzo de la crisis recuerdo la sacudida de Lehman Brothers y aquella imagen de sus empleados saliendo de las oficinas con cajas llenas de efectos personales, que es lo primero que se recoge cuando uno muere o va al paro. Empezaron a sonar los créditos subprime, y cuando yo empezaba a pensar que aquello era una moda americana sin cuajo, un día bajó de la planta superior del periódico una compañera llorando, hizo el petate y se fue a su casa a contárselo a sus hijos. Había empezado oficialmente la fiesta: las escopetas ya estaban apuntando abajo. De aquel despido han transcurrido cuatro años de agencias de calificación, inyecciones de capital, activos tóxicos y rescate financiero hasta llegar a una rebaja de la deuda soberana de A3 a Baa3. Si cree no entender nada, salga a la calle, póngase cerca de un contenedor y espere a medianoche a ver cuántos se acercan. De todas las páginas del periódico las de economía son tan sencillas que no hace falta saber leer: cuanto mayor sea la tipografía, más jodido está usted; cuantas más palabras inglesas haya, menos ganas tienen los periódicos de explicarle lo jodido que está usted. De la crisis hemos aprendido a no relajarnos si lo que sucede está lejos ni a fiarnos de lo que no nos suena: es seguro que dentro de 10 años lo tendremos todo más fresco. Mientras, en el Gobierno pasa lo que en el bar del patio de arrastre de Las Ventas, donde se agolpa el gentío después de la corrida bajo unas carpas para beber combinados y hablar de victorinos mientras por debajo de la puerta del desolladero mana la sangre de los toros abiertos en canal llegando hasta las suelas de los castellanos. Se nota, pero aún no cubre.
(El Mundo, 15-06-12)
La imagen-metáfora del bar de las Ventas es soberbia, M.
Escrito el 16.06.12 a las 12:20