Barriga

homer

Una vez escuché al padre de un amigo decir que lo más importante para un hombre a partir de los 30 años es tener buena relación con su barriga. Que al principio igual les costaba un poco a los dos, pero cuanta más urgencia se diera el hombre en tender puentes, mejor le iría en la vida y en la mesa. Lo gracioso es que el padre de este amigo es uno de esos izquierdistas cachondos pelilargos que están empezando a abandonar la socialdemocracia por el pagafantismo, y después de veinte años de convivencia la barriga ya no le hace tanta gracia como al principio, cuando estaba casado. Este hombre llegó a tener un cargo en los ochenta con los socialistas, y cuando hace poco le recordé aquella frase suya tan afortunada sobre la barriga, me contestó que eso era una tontería y que «dónde se la había leído».

El caso es que ahora yo su teoría la he empezado a constatar con elegante discreción. Una barriga le confiere a uno la autorictas que de otro modo no tendría. Cuando aquí llega un político muy importante se sabe siempre porque hay unos tipos que se adelantan unos metros para crear expectación. La barriga, en el hombre común, viene a cumplir esa función de un modo menos atrevido. Hablo, claro, de la barriga que uno cuida como quien cuida un jardín, con el mismo esmero, con esa severidad de juicio con la que un hombre atiende lo que quiere. Nunca me interesaron a mí las barrigas que crecieron bajo años temerarios y han terminado por convertirse en la metáfora dolorosa de sus dueños. Ni ésas que, aunque pequeñas, se encapsulan en camisas ajustadas de tal manera que hasta se le marca a uno el ombligo como si fuera un ciruelo. Yo hablo de la barriga que se exigía a sí misma María de Medeiros antes de pedirle a Bruce Willis, con la naturalidad propia de la mujer que sabe lo que le conviene:

Llegado a este punto he de decir que todavía no me llevo todo lo bien que debiera con mi barriga, pero estamos cogiéndonos ya cierto cariño. Como lo nuestro no ha hecho más que comenzar, en los restaurantes empiezo a liberarla con discreción, valiéndome del mantel. De momento no es más que una de esas barriguitas sexys que las mujeres pellizcan con gracia, como cuando uno tiene un cachorro de elefante y lo saca a la calle con correa.